viernes, 1 de agosto de 2014

A punto de terminar mi encierro

EL TIEMPO… 
….se detuvo. Transcurría tan lento que era insoportable. La desesperación aumentaba porque a final de cuentas daba lo mismo, pues no sabías cuándo ibas a salir; la incertidumbre —que tanto detesto— dominaba el espacio. Los días de visita eran los domingos y tal vez los martes y los jueves, no puedo asegurarlo. Las llamadas telefónicas sólo eran a determinada hora y con dificultad. 

Era terrible cuando tu nombre no se oía por el altavoz avisándote que alguien había ido a verte. De verdad era terrible. Yo no tendría psiquiatra asignado hasta el lunes o martes, así que no tenía autorizadas visitas, pero mi madre, a quien adoro y es una super, logró que un médico me permitiera salir quince minutos a verlas a ella y a mi tía. Me trajeron ropa, cigarros y mi cargador de celular, que por gracia divina pude mantenerlo conmigo y me permitió estar en contacto con las poquísimas personas que sabían de mi estadía en el hospital.  
Los baños del patio me provocaban náuseas —y yo que cada cinco minutos quiero mear—. Pero ni modo, no había de otra. 
Por fin estaba frente a la psiquiatra que se ocuparía de mí mientras estuviera en el manicomio. Era guapa, competente, impaciente, pero no hubo esa química que es fundamental entre un paciente y su médico.


Después de tres preguntas me dijo (aunque ud. no me crea lo recuerdo textual): “Por tu enfermedad no puedes llevar un ritmo de vida como el que estás llevando, párale o vas a recaer pronto”. Gulp. Sonaba lógico. Durante meses, como dice esa canción de Susana Zabaleta: “fumo mucho, como poco y duermo mal”. Adelgacé una barbaridad, maldormía cinco horas al día con sólo un desayuno en el estómago y trabajaba y estudiaba como una bestia.

A todo eso súmenle todo lo que soy, tengo e implico y como resultado se obtendrá una dramática crisis que me condujo a un receso obligatorio e impostergable de quince días de mis deberes. La pregunta irremediable: “¿cuánto tiempo voy a estar aquí?”, y supongo que la respuesta era común: “no sé, tal vez una semana, dos, un mes… lo que sea necesario”. ¡Mierda! Y yo con lo responsable que siempre he sido en el trabajo, con lo prioritario que es para mí, bueno, estaba al borde del colapso. 

Terminé por desesperar a la médica que diplomáticamente me corrió de su consultorio, jajajaja. Por lo menos me hubiera tocado un psiquiatra guapo aunque fuera un tarado. Por cierto que algo muy gracioso era cuando íbamos al comedor. Ya les dije que el hospital era simétrico, ¿no?, entonces al mismo tiempo salíamos de un lado las mujeres y del otro los hombres, y nos saludábamos de lejos aunque sólo estuviéramos a dos metros de distancia unos de otros. Y así todos los días… y los mediosdías… y las tardes… y las noches… 
  
A veces iban un par de psicólogos, hombre y mujer, a hacernos pruebas disfrazadas de juegos. A ella le caía mal; ella a mí también. Jajajaja, me divertía ver cómo se molestaba cuando resolvía sus ridículas evaluaciones en un dos por tres y jugaba con ellas, jajajaja, le pesaba que yo, una loca de manicomio, fuera más inteligente y lista, jajajajajajajajaja, ¡qué tontería! 
Junto al baño había una puerta con un letrero que decía “TERAPIA”. Me daba curiosidad por qué nadie entraba ahí o qué clase de “”TERAPIA”” era la que en ese cuarto se practicaba. Preferiría no haberlo averiguado de la forma como lo averigue.

Un día una enfermera dejó la puerta abierta por descuido. Yo me asomé y sólo les puedo decir que parecía el laboratorio del mismo Victor Frankenstein. Pavoroso. Intuí qué carajos era pero quise borrarlo de mi cabecita enferma. Imposible cuando vi cómo queda una persona justo después de aplicarle TEC. Jajaja, es espantoso pero siempre lo relaciono con esa estúpida canción: “¡Electroshock!” Y pensar que a punto estuve de someterme a esa mierda. 

A pesar de saber que a Nora la había jodido, a pesar de conocer los riesgos y consecuencias, a pesar de ver a ese hombre entrar caminando al tenebroso cuarto y salir en silla de ruedas convertido en una vieja muñeca de trapo, destrozado por dentro y por fuera, custodiado por una enfermera.  
Y ES QUE he pasado por los túneles más oscuros, corrido por múltiples callejones sin salida, trashumado por laberintos que no conducen a ni una parte, peregrinado por los abismos carentes de fondo: purgado la vida como un condenado que suplica la hora de su muerte. 
Por fin el jueves la psiquiatra me dijo: “te vas el lunes”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario