viernes, 1 de agosto de 2014

Otras de mis compañeras

Jamás nunca pasó por mi mente siquiera la idea de que en ese lugar conocería la más profunda solidaridad. Se llamaban Nora y Gloria. No daré detalles de sus vidas ni de sus padecimientos. A Nora la conocí uno o dos días después de mi ingreso al centro para enfermos mentales. Yo estaba sola en una mesa y ella se acercó a invitarme a la suya, donde había más compañeras. Yo no estaba segura de aceptar, pues siempre acostumbro mantenerme aislada y apartada de la gente. Pero acepté, porque ella fue muy amable y me cayó bien; habló conmigo acerca de cómo debía comportarme en general para que me pasaran a “piso”, la segunda planta del área femenil en la que se supone te trasladan porque te han visto mejoría.

A partir de entonces algo fortísimo nos unió. Yo la quise. La quiero y la querré, por ser una mujer hermosa, una belleza de persona. Nora es alta, de complexión grande —no gorda—, una cara linda, una voz preciosa, decidida, inteligente, carácter muy fuerte, temperamental; igual incapaz de hacerle daño a nadie. “¡Dios mío!”, pensaba y pienso, “¿cómo es que está mujer está entera, de pie!” Su alma bendecida la ha mantenido a flote, su inigualable calidad humana, su devoción, su respeto hacia la diversidad, hacia la diferencia, su exacta tolerancia. La admiro.

 Quiero agradecerte las  palabras tan hermosas que me dijiste hoy en la mañana; tal vez no soy muy buena para expresarme, pero quiero decirte que te llevas mi corazón. Dios, como tú lo concibas, mi amor, siempre te llene de bendiciones y siempre te siga manteniendo siendo una chica tan  maravillosa. Cuídate mucho y que todos tus planes y deseos  que tengas en mente  se te cumplan. Eres maravillosa, en este poco tiempo que te traté te llevas mi corazón, Dios te bendiga y te proteja. Te amo, chiquita, ojalá de veras fueras mi hija, cuídate mucho y échale ganas, eres una mujer muy valiosa, activa y amorosa. Tu siempre amiga Nora. P.D. Recuérdame aunque no sea gansito.
Dios me bendijo al haberte conocido, mujer enorme, única, extraordinaria.

Un día temprano por la mañana Gloria estaba en el patio. Cuando la vi no pude pensar sino en Alice Gould. A pesar de la delgadez que las penas le dejaron sobresalía su belleza, su distinción. Alta, blanca, con su cara de muñeca y sus inocentes ojos que reflejaban las peores tragedia y aberración para una madre. Estaba asustada, enfundada en su traje azul sastre y sandalias de baño.



Yo estaba sola fumando y se acercó a pedirme un cigarro. Era un dulce. Cuando las dos estuvimos en piso compartimos habitación (¡qué suerte!) Riendo Fumábamos y platicábamos hasta lo más tarde que los medicamentos para dormir nos lo permitían. Ella me adoptó, me quiso como a una hija. Sé que aún me quiere como tal. Había llegado la noche anterior a urgencias a causa de una crisis. También se hizo amiga de Nora y de Alma. Cualquiera pensaría que era una mujer débil, pero para nada: ese mujerón era el ejemplo vivo de la templanza y la fortaleza.

 Amor, eres  un alma de Dios. Te quiero mucho, te amo, espero en Dios que te bendiga tanto, te llene de sabiduría. Siento tanta alegría de que te vayas y no regreses; siento tristeza de que ya no estés conmigo, pero quedas en mi corazón; corres en el viento y al sentirlo rozarme te sentiré a ti. Te amo, corazón, sé feliz, disfruta tus niños, tu familia, y, lo prometido: no  volver, hija, mi amor. G.I.  

La amistad es para mí el mejor de los sentimientos. Afortunada y honrada fui al tenerte a mi lado. Me estremeciste, mujer, por tus penas y ser quien eres. 

La monja. No diré que era mala persona, pero era una perra. Un día nos invitó a una terapia voluntaria en el patio. Una meditación que termino en una catarsis tremenda. 

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